BONITA patata caliente la que el Gobierno central le traspasa a la Junta de Andalucía, las competencias de gestión del litoral. Ahí es nada. Los chiringuitos y la tramitación de sus concesiones administrativas son el chocolate del loro comparados con los auténticos problemas que tiene el litoral. No entiendo el escepticismo de Norberto del Castillo, presidente de la Federación de Empresarios de Playas, que teme que con el traspaso de competencias a la Junta, ahora los propietarios de chiringuitos estén a expensas de un trámite más, un informe vinculante de la Demarcación de Costas, que al final tendría la última palabra.
En cualquier caso la Administración andaluza entiende muy bien que el disfrute ciudadano de la playa pasa por la existencia de los chiringuitos, que forman parte de un modo de entender el ocio, y que además del valor económico que representan sus cifras de facturación, dan trabajo en plena crisis y son un importante reclamo turístico.
La gestión en manos de la Junta de Andalucía no puede sino mejorar las cosas respecto al futuro de los chiringuitos, que por otra parte, salvo un pequeño porcentaje que no se adaptó a la ley de Costas, no perjudican en nada la dinámica litoral, esa zona de interacción fluvio-marina que tan perjudicada ha estado por los paseos marítimos construidos justo donde terminan las casas, sobre la arena, y en muchos casos sin deslindes practicados que hubieran podido evitar la invasión del dominio público marítimo terrestre.
Estas cuestiones son las que tienen ahora una difícil solución, porque alterar la dinámica litoral tiene sus costes. Ahí están los importantes recursos económicos que cada año se tienen que emplear en la regeneración de las playas, ya que los sedimentos de los ríos, entre los pantanos construidos y la barrera costera, no consiguen llegar al mar.
Y es que una cosa son los discursos políticos, incluso las leyes que se formulan para cumplirlas y otra muy distinta la gestión.
Hablando del litoral, en cuestión de gestión, que es lo que al final deja huella, en poco o en nada se ha notado la diferencia de color político. Sobre la arena han construido todos los que han gobernado.
La sensación de desánimo que invade a muchos ciudadanos no solo tiene que ver con la crisis económica, es también una señal, un SOS lanzado al aire. Los ciudadanos necesitamos que los políticos empiecen a creer en su propio mensaje, porque de no ser así, los discursos irán por un lado y la gestión por otro. Ahí está la ley de Costas, de 1988, a la que apenas se le hizo caso hasta 20 años después, y cuando empezó a tomarse en serio, no fue para agilizar deslindes que nunca se habían practicado sobre la ingente masa de ladrillo que bordea la costa sino para intentar sacar a los chiringuitos de la playa.
Por suerte, el futuro de los chiringuitos, es una cuestión sobre la que hay cierto consenso político. El resto de los problemas del litoral son, nunca mejor dicho "arena" de otro costal. A pesar de la dinámica electoral, frente al desánimo ciudadano, no es hora de discursos sino de hechos. Hay que recordar a Bertrand Russell, el futuro depende del crecimiento de la ética colectiva.
http://www.malagahoy.es/article/opinion/878074/la/gestion/litoral.html
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