Pese a que los medios de comunicación hayan silenciado este problema, la aplicación de la Ley de Costas ha provocado un enorme sufrimiento para un gran número de familias en España. De hecho, según informaciones que maneja la Asociación Europea de Afectados por la Ley de Costas, http://perjudicadosporlaleydecostas.blogspot.com.es/, la aplicación de esta norma ha supuesto el derribo de, nada más y nada menos, 13.000 propiedades a lo largo de la costa española y además, cerca de 400.000 viviendas están afectadas en la actualidad.
¿Qué ocurriría si una vivienda, que ha pertenecido a una familia desde la época de los Reyes Católicos, dejara de serlo a través de un acto administrativo? ¿Y qué pasaría si además de expropiarla no se pagase nada a los dueños por esa pérdida? ¿Sería un escándalo, verdad? Pues, en España, ha ocurrido.
Pese a que la Ley de Costas aprobada en 1988 –modificada en el presente año 2013- nació con el objetivo oficial de proteger el litoral español –objetivo que puede ponerse en duda al leer la exposición de motivos de la norma- lo cierto es que un simple vistazo a nuestras zonas costeras acredita que no se ha cumplido. De hecho, el urbanismo salvaje ha sido una constante en la costa española durante la burbuja inmobiliaria.
¿Tiene la Ley de Costas una finalidad confiscatoria?
Para quienes no lo sepan, la aplicación de la Ley de Costas genera situaciones tan surrealistas como las siguientes: Una persona adquiere una vivienda ante Notario, paga los impuestos correspondientes y nadie, absolutamente nadie, le advierte de que el inmueble que acaba de comprar puede haber ocupado una zona ilegal.
Una vez adquirida la vivienda, su titular ve cómo el Estado, de repente, se adueña de su vivienda sin darle ningún tipo de compensación económica, alegando que el terreno ocupado por su vivienda es de dominio público.
Es decir, de la noche a la mañana, lo que era legal ya no lo es. Así, a través de un simple acto administrativo, el Estado declara que una vivienda de tu propiedad se ubica en una zona de dominio público y, sencillamente, la pone a su nombre.
¿Paga el Estado alguna cantidad a quién un buen día se ve despojado de su propiedad? Nada. Solamente le otorgan una concesión sobre ese terreno; concesión que adicionalmente puede “rescatar” el estado por una cantidad ínfima, pues una concesión vale mucho menos que un derecho de propiedad.
Otra de las cuestiones polémicas es lo que ocurre con los préstamos hipotecarios que gravan las viviendas que adquiere el Estado. ¿Se hace cargo de ellos la Administración Pública cuando pone a su nombre una vivienda? Para nada. Será el ciudadano, el mismo que ha visto cómo se quedaban con su vivienda, quién deberá seguir pagándolo.
Al igual que cuando a Winston, el protagonista de la novela 1984, le obligaban a aceptar que 2 + 2 eran 5 porque lo decía el Partido, la Ley de Costas tienes ciertos tintes orwellianos, pues obliga al ciudadano a aceptar una realidad distinta a la material. Es decir, el ciudadano tiene que aceptar que su vivienda, aquella que compró legalmente, nunca ha sido suya porque lo dice la Administración Pública.
A tenor de lo indicado, no resulta posible equiparar la expropiación de un terreno cualquiera con la expropiación de una vivienda a través de la Ley de Costas, pues la primera requiere (i) una declaración de utilidad pública y (ii) el pago de una indemnización al antiguo propietario en forma de justiprecio, que supone una garantía mucho mayor que la contemplada por la Ley de Costas, pues al menos el ciudadano recibe algo a cambio de la expropiación.
Es decir, la Ley de Costas se superpone y vacía de contenido tanto al derecho a la propiedad privada reconocida en el artículo 33 de la Constitución Española como al artículo 17 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, que señala la imposibilidad de privar a un sujeto de una propiedad privada, a través de la aplicación retroactiva de una polémica norma. La propiedad privada ya no es privada, sino pública.
En cuanto a las personas que hay detrás de la frialdad de las cifras, debe destacarse que, según datos facilitados por la Asociación Europea de Afectados por la Ley de Costas, en España existen aproximadamente unas 400.000 familias afectadas por su aplicación. De este número, aproximadamente un 70% son familias españolas y un 30% extranjeras, con el coste que a nivel de imagen supone para España que un extranjero vea cómo un estado se apropia de su vivienda sin abonarle ni un solo euro a cambio. ¿Se imaginan lo que supondría a nivel de opinión pública que un estado extranjero se adjudicase las viviendas de decenas de miles de familias españolas sin abonarles nada? Y, por otro lado, ¿cómo le explicamos a un ciudadano extranjero que su casa ocupaba una zona de dominio público y que ya no es suya? Esa persona se preguntará, cómo es lógico, cómo es posible que se la vendiesen y nadie le advirtiese sobre su posible ilegalidad, como es lógico.
Y, lo que es más preocupante, quienes han sufrido la aplicación de la Ley de Costas destacan tanto la tremenda arbitrariedad de su aplicación como la “creatividad conceptual” de quienes hacen los deslindes. De hecho, lo que es un acantilado junto a un monte puede ser en realidad –porque lo dice la Administración- una playa, pues bajo todo ese terreno subsiste un sistema dunar que fue una playa hace miles de años, allá por el pleistoceno.
Por otra parte, también resulta preocupante que la esperanza de los afectados radique en los eurodiputados europeos, quienes han puesto el foco en el enorme problema generado por la Ley de Costas Española, no en los políticos españoles. De hecho, la Comisión de Peticiones del Parlamente Europeo ha emitido un informe dirigido a la Comisión Europea para que se investigue si la Ley de Costas Española incumple la normativa comunitaria y reclamando una compensación económica justa para quienes perdieron sus viviendas.
Finalmente, llama poderosamente la atención que el PSOE haya recurrido ante el Tribunal Constitucional la aprobación de la Ley de Costas, olvidando que fueron ellos quienes aprobaron una Ley de Costas que permitía vulnerar flagrantemente el derecho de propiedad privada de las personas. Será que ahora toca hacer política con el sufrimiento de quiénes no pueden defenderse. Nada nuevo bajo el sol.
http://www.mallorcadiario.com/costa-publica-o-privada/
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