CÁNDIDO QUINTANA No es la primera vez que escribo sobre Cho Vito, lo he hecho en varias ocasiones y de forma especialmente reiterada, antes de producirse las demoliciones de 2008, aquel fatídico martes 7 de octubre en el que para muchos ciudadanos de estas Islas se produjo una infamia de grandes dimensiones, proyectando vergonzosas y bárbaras imágenes sin precedentes y para olvidar hacia todo el Mundo desde Canarias, desde el "paraíso". Niños, mujeres y hombres desesperados, y no sólo entre los directamente afectados, también desde fuera, muchas personas, entre las que me encontraba, maniatadas por las fuerzas del orden público en un despliegue desorbitado y brutal, llorábamos ante la impotencia de no poder hacer nada para ayudar a esos vecinos injustamente tratados, cuyas casas, únicas residencias muchas de ellas, eran derribadas una tras otra sin piedad.
Algunos nos preguntábamos el porque de todo aquello y sobre las formas utilizadas, llegando a conclusiones de que posiblemente Costas pretendía proyectar una imagen de brutal dureza ante el resto del Estado para prevenir casos similares, y precisamente desde Tenerife para jodernos todavía más, o bien que a ciertos poderosos o políticos de por aquí se les había atravesado algún residente de aquel antaño bonito Poblado Marinero que nada molestaba. Personalmente, creo que se trataba del más atractivo y cuidado entorno de viviendas en esta situación de todo el litoral de Tenerife. Al otro lado, una edificación horripilante y de repugnante impacto visual, totalmente alejada del interés general, que se apropiaba de una zona estratégica de gran valor y que sólo obedecía a pura y dura especulación, seguía creciendo y aún sigue ahí, a pesar de que invade en gran medida el dominio público y de que existe un acuerdo plenario para su demolición, el mamotreto.
El dominio público es el "quid de la cuestión", y este se encuentra entre el mar y la línea marítimo-terrestre, la que marcan las olas en los mayores temporales conocidos o, cuando lo supere, el de la línea de pleamar máxima, como dice la Ley de Costas. Esta línea de deslinde, por lo tanto, se corresponde con una línea natural que nadie puede ni debe arbitrar a su capricho, ni en base a intereses preocupantes. Esta línea no puede, bajo ningún concepto, retranquearse para salvar edificaciones expresamente, tal y como sucede en la Playa de Las Teresitas o su llegada a ese mamotreto, no es correcto ni decente ni legal que sea así. Tampoco ignorarla cuando discurre por encima de piscinas, canchas u otras instalaciones cercanas a determinados intereses. También debemos tener claro que esa importante y vital línea es inamovible, aunque se le ganen terrenos al mar delante de edificaciones afectadas, como sucede en Radazul. Tampoco se puede obviar que cuando la mar golpea en edificaciones, es porque estas están dentro del dominio público.
Dicho todo esto, quiero terminar rompiendo una lanza en favor de Cho Vito y decir, desde mi punto de vista, lo siguiente. Don Gumersindo, le oí decir en Radio San Borondón, a quien, por cierto, felicito por su encomiable y continua labor en favor de los más desprotegidos, que su vivienda en la Calle de la Arena, en Candelaria, estaba fuera del dominio público. Señor alcalde, disiento totalmente con usted, porque, como ya dije antes, la línea marítimo-terrestre la marcan las olas, y estas, como he podido comprobar personalmente, en ocasiones golpean en la parte trasera de su edificio, lo que tampoco quiere decir, como también usted dijo, que todas las viviendas de la calle de la Arena estén en la misma situación. Puede que no sea así, pero la suya indudablemente sí, y aunque el que usted la haya adquirido antes de ser alcalde lo deje libre de cualquier sospecha por posibles privilegios, no quiere decir que no la atraviese la línea marítimo-terrestre. A esto tengo que añadir, hablando de atractivos, que entre la suya y el Poblado hay una diferencia abismal en favor de Cho Vito. Por favor, don Gumersindo, muévase por sus vecinos, no permita que vuelvan a ser cabezas de turco, exija la aplicación de una justa vara de medir, que continúen con los potentados, esos que con sus sobradas fortunas alargan los procesos hasta hacerlos prescribir, se daría una imagen más justa y humana.
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