Que alguien pretenda derribar la vivienda habitual de un ciudadano, así, de entrada, clama al cielo, asombra al averno y deja estupefacto a cualquier mortal de nobles pensamientos. En ciertos momentos, y este lo puede, más de uno quisiera contar con el auxilio de un ángel exterminador o de Klark Kent para cargarse a esos engominados individuos quienes, con mirada altiva y a golpe de regla y compás o mediante cursor de ratón, levantan lindes y fronteras y abaten sueños y sacrificios. Pero los héroes, incluido el capitán Trueno, parecen estar envueltos en lejanas batallas y solo la huelga de hambre acude a la llamada de los desvalidos.
Las leyes humanas se hacen para favorecer la convivencia de las personas, garantizar su seguridad y salvaguardar los intereses comunes. Esa debe de ser la teoría, al menos. Porque la práctica, diosa cruel e implacable, en demasiadas ocasiones, no embrida con la teoría y por mil laberintos y recovecos - y aun por ataque frontal- se opone, la burla y la vulnera. Esta, aunque diosa también, es débil y venable, y poco puede hacer para plantar cara a los potentados que la tienen cautiva en sus palacios de opacas cristaleras. La silencian y amordazan a su antojo y la sacan a los balcones -hasta en áureos tronos de flameantes gallardetes- cuando a sus intereses conviene. Y esa verdad se aprende en los campos de agreste lucha, lejos de las aulas de las hipocresías perfumadas.
Algunas de las viviendas del poblado marinero de Cho Vito están ahí -ahí donde usted aún las puede ver- según manifestaciones de los afectados, desde mediados del siglo pasado. ¿Significa eso que se levantaron vulnerando la ley vigente en esa época? ¿Significa eso que los responsables administrativos hicieron la vista gorda o no se enteraron de la infracción? Posiblemente, no.
La normativa de ese periodo histórico no era tan rigurosa ni exigente con el medio ambiente como la actual. Concretamente, la ley 22/1969 sobre Costas, prohibía levantar edificaciones en las zonas conocidas como servidumbre de salvamento (20 metros, contados tierra adentro desde el límite interior de la zona marítima-terrestre). De lo que se infiere que las viviendas de Cho Vito no la quebrantaban, pues nadie ordenó demolerlas. En resumen, si esas viviendas se mantienen en pie es sencillamente porque fueron edificadas respetando la legalidad vigente.
Que la - ¿democrática?- ley 22/88, llamada también de Costas, establezca que la servidumbre de protección recaerá en una zona de 100 metros medida tierra adentro desde el limite interior de la ribera del mar, pudiendo ampliarse a otros 100 (Artículos 23 y siguientes), es respetable, pero no puede lesar los derechos de los que allí radican desde hace ya tanto tiempo. Ni tampoco la servidumbre de tránsito (6 metros, ampliables a 20, en determinadas zonas).
Y si es tan importante despejar las áreas costeras y afectarlas de servidumbres por intereses medioambientales, o de otra índole, lo mínimo que hay que pedir - ¡exigir!- a los autores de semejantes decisiones es que antes de derribar las viviendas y dejar sin hogar a las personas propietarias y residentes en las mismas y echarlos de allí les entreguen otra, en paraje o zona lo más afín posible del que pretenden desalojarlas.
¿Tan complicado es? ¿Alguien duda del potencial de sus cerebros y de sus rectas y nobles intenciones para ocuparse y resolver adecuadamente los problemas de los ciudadanos?
Los afectados de Cho Vito han suspendido la huelga de hambre durante dos meses, hasta el 30 de Noviembre. Esperemos y confiemos que para entonces, si no hay otra solución y es imperativa la demolición, al menos esas personas cuenten con otra vivienda. Es lo mínimo que se puede pedir al político responsable. Porque eso también es política social. ¿O, no?
La Justicia, que para algunos estaba privada de visión, ha sido intervenida en secreto -tiempo ha- y goza de largo y nítido enfoque; y, de siempre, sus pupilas han sido atraídas más por el relumbre de la alta cocina que por el débil parpadeo de los fogones rastreros. Pero la esperanza, aun en la penumbra, no debe sucumbir; que no ganen siempre los potentados que quebrantan, a golpe de influencia y talonarios, las leyes (esas que muchos dicen que se hacen para pobres y ricos...)
¿Por qué se afanan algunos en destinar recursos -dinero y tiempo- para ayudar a foráneos en sus luchas y reivindicaciones? Tal es el caso de los que se congregan para apoyar la lucha del pueblo saharaui, o los que se rasgan las carnes dolientes en solidarizarse con personas de etnia gitana expulsadas, por poner solo un par de ejemplos.
Bien están la generosidad y la solidaridad, sin muros ni fronteras, para aliviar la pena; bien están, desde luego, y a ellas deberíamos dedicar nuestro empeño de animales "civilizados". Pero las necesidades y los problemas, compañero, medran sin control en el huerto de tu propia casa. ¿Es que no los ves? ¡Limpia y riega primero tu jardín y luego ofrece tu ayuda al vecino!
Las leyes humanas se hacen para favorecer la convivencia de las personas, garantizar su seguridad y salvaguardar los intereses comunes. Esa debe de ser la teoría, al menos. Porque la práctica, diosa cruel e implacable, en demasiadas ocasiones, no embrida con la teoría y por mil laberintos y recovecos - y aun por ataque frontal- se opone, la burla y la vulnera. Esta, aunque diosa también, es débil y venable, y poco puede hacer para plantar cara a los potentados que la tienen cautiva en sus palacios de opacas cristaleras. La silencian y amordazan a su antojo y la sacan a los balcones -hasta en áureos tronos de flameantes gallardetes- cuando a sus intereses conviene. Y esa verdad se aprende en los campos de agreste lucha, lejos de las aulas de las hipocresías perfumadas.
Algunas de las viviendas del poblado marinero de Cho Vito están ahí -ahí donde usted aún las puede ver- según manifestaciones de los afectados, desde mediados del siglo pasado. ¿Significa eso que se levantaron vulnerando la ley vigente en esa época? ¿Significa eso que los responsables administrativos hicieron la vista gorda o no se enteraron de la infracción? Posiblemente, no.
La normativa de ese periodo histórico no era tan rigurosa ni exigente con el medio ambiente como la actual. Concretamente, la ley 22/1969 sobre Costas, prohibía levantar edificaciones en las zonas conocidas como servidumbre de salvamento (20 metros, contados tierra adentro desde el límite interior de la zona marítima-terrestre). De lo que se infiere que las viviendas de Cho Vito no la quebrantaban, pues nadie ordenó demolerlas. En resumen, si esas viviendas se mantienen en pie es sencillamente porque fueron edificadas respetando la legalidad vigente.
Que la - ¿democrática?- ley 22/88, llamada también de Costas, establezca que la servidumbre de protección recaerá en una zona de 100 metros medida tierra adentro desde el limite interior de la ribera del mar, pudiendo ampliarse a otros 100 (Artículos 23 y siguientes), es respetable, pero no puede lesar los derechos de los que allí radican desde hace ya tanto tiempo. Ni tampoco la servidumbre de tránsito (6 metros, ampliables a 20, en determinadas zonas).
Y si es tan importante despejar las áreas costeras y afectarlas de servidumbres por intereses medioambientales, o de otra índole, lo mínimo que hay que pedir - ¡exigir!- a los autores de semejantes decisiones es que antes de derribar las viviendas y dejar sin hogar a las personas propietarias y residentes en las mismas y echarlos de allí les entreguen otra, en paraje o zona lo más afín posible del que pretenden desalojarlas.
¿Tan complicado es? ¿Alguien duda del potencial de sus cerebros y de sus rectas y nobles intenciones para ocuparse y resolver adecuadamente los problemas de los ciudadanos?
Los afectados de Cho Vito han suspendido la huelga de hambre durante dos meses, hasta el 30 de Noviembre. Esperemos y confiemos que para entonces, si no hay otra solución y es imperativa la demolición, al menos esas personas cuenten con otra vivienda. Es lo mínimo que se puede pedir al político responsable. Porque eso también es política social. ¿O, no?
La Justicia, que para algunos estaba privada de visión, ha sido intervenida en secreto -tiempo ha- y goza de largo y nítido enfoque; y, de siempre, sus pupilas han sido atraídas más por el relumbre de la alta cocina que por el débil parpadeo de los fogones rastreros. Pero la esperanza, aun en la penumbra, no debe sucumbir; que no ganen siempre los potentados que quebrantan, a golpe de influencia y talonarios, las leyes (esas que muchos dicen que se hacen para pobres y ricos...)
¿Por qué se afanan algunos en destinar recursos -dinero y tiempo- para ayudar a foráneos en sus luchas y reivindicaciones? Tal es el caso de los que se congregan para apoyar la lucha del pueblo saharaui, o los que se rasgan las carnes dolientes en solidarizarse con personas de etnia gitana expulsadas, por poner solo un par de ejemplos.
Bien están la generosidad y la solidaridad, sin muros ni fronteras, para aliviar la pena; bien están, desde luego, y a ellas deberíamos dedicar nuestro empeño de animales "civilizados". Pero las necesidades y los problemas, compañero, medran sin control en el huerto de tu propia casa. ¿Es que no los ves? ¡Limpia y riega primero tu jardín y luego ofrece tu ayuda al vecino!
es lamentable era un lugar entrañable un lugar donde fuera quien fuera era vien recibido te sentias como si ese fuera tu hogar yo comparti muchos dias y noches enteras alli y la gente que alli vivia y la que alli continua es una gente maravillosa ejemplo de humanidad ejemplo de can arios que aman a su tierra y a su cultura como muy pocos pese a quien le pese chovito seguira en pie
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